Pensé en
barcas, en océanos de tinta violeta y noches de plomo. Pensé en un acantilado
de fauces violentas y en un aliento de piedras ahondadas en el vientre. Pensé
la flor azul, en su nombre. Tu nombre estaba hincado en la lengua del viento,
revolviendo las alas de los barcos, acariciando los lienzos que vestían al
cielo. Llovimos como deidades descalzas en su viaje ciego; desnuda, con el
canto de la luna ceñido a tus ojos-laguna me llamaste con un signo más hondo
que mi nombre, o que el desgarre del cenit de arena. El eco se quedó perdido en
las paredes que hacen las galerías del presente y quiebran al acecho, se murió
de frío, envuelto en el último fragor de una vena suelta que alimenta a los
astros. Bebió hasta sentir. Hasta sentir.